sábado, 19 de julio de 2008

Por eso escribo


Con esos colores tan extraños con los que los viejos recuerdos afloran del arcón de las vivencias de su estado latente e inundan nuestra conciencia, viene a mi mente la imagen de mi padre, con su sonrisa dulce y siempre enigmática, extendiéndome un libro más.
Llegó un momento en el que supe que no era su fin sólo el entretenerme sino también el formarme . Todo aquello que no se atrevía él a decirme o yo a escuchar vendría en forma de papel impreso.
Las barreras de la timidez y la vergüenza se desdibujaban hasta casi desaparecer ante un nexo tan poderoso como lo eran esos libros.
Y vinieron más. Y mi vida transcurrió entre el cemento de Buenos Aires, que tan opresivo se me antojaba y que nunca sentí del todo mío y los largos veranos en Mar de Ajó, en donde viví las mas dispares y mágicas anécdotas de mi vida.
Los años pasaron y me encontré huyendo de aquella Buenos Aires, o quizás también de mi mismo.
Creo que en cada nuevo lugar que visitamos y sentimos que sacude nuestros sentidos, encontramos fragmentos de nosotros mismos. Quizás por eso creí que dejando la gran ciudad dejaría a aquellos fantasmas que sólo deambulaban dentro mío aunque yo no quisiese verlo.
Y me encontré viviendo en Barcelona.
Los años y difíciles experiencias de vida me fueron marcando hasta que un día en el que me hallaba sentado sobre una roca contemplando un mar de invierno (ese que en nuestra soledad no necesitamos compartir con nadie), me di cuenta de porque rechazaba tanto a la ciudad que me vio nacer.
Ella me quitaba lo que más amaba. El mar. Dejé entonces también detrás a Barcelona y me asenté en el tranquilo pueblo costero de Garraf, a tan sólo 20 km de la misma.
Volvía a ser parte del mar y ya no habría cemento que me evitase el sentirlo cerca.
Y en estas arenas volví a retomar aquellas historias que había comenzado a escribir y otras nuevas. Allí supe que lo necesitaba y a la vez quería hacerlo, porque en cada párrafo o en cada personaje que inventamos se nos revelan aspectos de nosotros mismos que se otra manera quizás no se manifestarían.
Amaría poder vivir de lo que lograse plasmar en el papel, pero aún si no lo consiguiese algún día, el sólo hecho de haberlo al menos intentado me habrá mostrado aspectos de mi que desconocía, o por fin lograré derrotar a aquellos monstruos que me parecían invencibles, recrear aquel paisaje que me enalteció el espíritu o quizás volver a hacer el amor a aquella mujer que me conmovió hasta la fibra más intima de mi ser.
Por eso escribo.