jueves, 5 de abril de 2012

Números...

No se con certeza cuando comenzó todo esto, supongo que eso realmente poco importa si no se en verdad cual es el desencadenante. Lo que si recuerdo claramente es el momento en el que me di cuenta que algo extraño estaba pasando. Y que yo estaría irremediablemente implicado en ello.

Tan sólo son números, pensaba al principio para desterrar toda conclusión teñida de fantasía. Pero aquél día en el que iba conduciendo por las curvas de la costa  rumbo a Positano y dio la casualidad que tres coches seguidos que se cruzaron en mi camino, ostentaban también esas caprichosas pero simétricas combinaciones numéricas denominadas “capicúa”, me dije que algo extraño estaba pasando. Algo que probablemente había comenzado varios días antes pero que yo me negaba a aceptar a causa de mis resistencias ante lo inexplicable. Cada vez que cogía mi móvil para ver un mensaje, la hora o incluso cuando concluía una llamada recibida, en la pantalla aparecían combinaciones como 13:31, 2:22, 1:51…y así, todas seguidas. Quizá como un entretenimiento o para disfrazar esta circunstancia (que en un principio, insisto, me limité a incluirla dentro del vasto campo de lo casual)  de fantasía, pensé que quizás estas cifras de alguna manera eran un mensaje destinado a mí. ¿Quien me lo enviaba? Como saberlo… ¿que significaba? ¡La ansiada combinación del Euromillones! Eso es lo primero que pensé y me dediqué a desentrañar y a ordenar de diferentes maneras aquellos números, probando todas las combinaciones posibles. Salvo por un día en el que conseguí un reintegro, el tiempo transcurría y yo seguía sin obtener resultado alguno. En un principio pensé que mi ineptitud para las matemáticas me estaba coartando el camino hacia la riqueza, pero al cabo de un tiempo terminé por darme al fin por vencido y decidí buscar otra explicación para el extraño fenómeno. Lejos de menguar, los misteriosos mensajes numéricos seguían apareciendo, pero no sólo lo hacían en mi móvil. Los veía en los tickets de las compras, en los contadores de los surtidores de gasolina, o en ciertas fechas. Era como si lo que quisiese llamar mi atención, ante mi impavidez, me gritase y me sacudiese para que reaccionase.

Decidí entonces encarar la situación desde otro punto de vista totalmente diferente, en principio menos materialista. Me expuse a mi mismo mi situación actual, y para ello, necesitaba viajar atrás en el tiempo. Me hallaba viviendo desde hacía diez años en un pueblo costero de la soleada costa Amalfitana, muy lejos de la neblinosa Londres que me había visto nacer. Luego de casi treinta años de vagar en la misma ciudad sin un rumbo fijo, desarrollando trabajos diferentes, cambiando de carrera (comenzaba estudiando Botánica para dejar al poco tiempo la carrera, sin razón aparente, para estudiar informática) porque ninguna me satisfacía ni me desagradaba del todo. Lo mismo me pasaba con los trabajos. En todos ellos las situaciones de agobio eran moneda corriente y no veía otra solución que no fuese la de cambiar de actividad. Los trabajos me oprimían, no lograba avanzar en los estudios y el laberinto de cemento de la gran ciudad con sus saturantes sonidos, su polución y su ritmo frenético me oprimían el espíritu. Necesitaba un cambio, ansiaba liberarme de esa opresión que anulaba mi libertad y no me permitía avanzar. Entonces apareció la llave que me abriría la puerta de la salvación. Un conocido me comentó que necesitaban a alguien para cubrir un puesto de comercial en una inmobiliaria inglesa afincada en la Costa Amalfitana. Mar, sol, paz y paisajes idílicos. Era la oportunidad de mi vida y no podía dejar que se disipase delante de mis narices antes de que fuese realidad. Algunos de los familiares y amigos que conformaban mi círculo entendieron que me fuera, otros como la que era mi pareja en esa época no tanto. Pero contra viento y marea me fui a Italia, o hui hacia allí. Que más daba una cosa que otra…

El trabajo resultó ser un fiasco, así como otros que se sucedieron a aquél en los años que pasaron. O al menos así me lo parecía. Comenzaba a plantearme el verdadero porqué de mi partida y poco a poco fui aceptando que si bien estaba a gusto en aquél sitio, cerca del mar y lejos de una grande y opresiva urbe, no estaba bien conmigo mismo. Podría cambiar de paisaje, de forma de vida, incluso de pareja, pero esa sensación de insatisfacción constante, de sentirme incompleto, esa ausencia de metas, la llevaría conmigo dondequiera que fuese. No podía huir de mi mismo.

Fui tomando conciencia de que había pasado por lo menos media vida sin aceptarme, intentando ser algo sin hacer en verdad nada para que ello sucediese. Intentando entender lo de los números “capicúa” había llegado a esa aparentemente inesperada conclusión, lo cual me dejó aún más confundido que en un principio.

Por alguna razón no había compartido lo que llegué a temer como un principio de esquizofrenia paranoide con nadie desde que me había percatado de lo que sucedía. Aún recuerdo el día en el que se lo conté a mi novia. Estábamos tumbados en el sofá de mi casa de Positano, mirando llover a través del gran ventanal. Habíamos apagado la música y tan sólo se escuchaba el repiquetear de las gotas en el cristal y el suave y acompasado sonido de nuestra respiración. Ella me miró en silencio, a través de esas pupilas que con tanta naturalidad pueden leer mi alma, como si ésta fuese un papel escrito con trazo claro y fuerte y me preguntó en que pensaba.

Le conté lo de los números, de cómo los veía por todas partes y de mi incomprensión acerca de su significado, si es que lo tenían.

Ella bajó su cabeza, la apoyó en mi pecho y susurró tan sólo dos palabras:

-Te repites.

Me quedé en silencio unos segundos que parecieron eternizarse. Creo que pude contar cada gota de lluvia que cayó en ese lapso de tiempo. Me vi sumergido en una especie de continuum en el cual todas las vivencias de mi existencia giraban desordenadamente en torno mío. Lentamente, ese remolino fue aquietándose, asentándose. Allí comencé a comprenderlo todo.

A veces nos basta tan sólo con escuchar un par de palabras de quien nos ama para lograr entendernos, para romper ese bloqueo que nos obliga a transitar por una espiral que nos hace repetirnos una y otra vez y, aunque a veces creemos que avanzamos, tan sólo volvemos al mismo punto desde el cual alguna vez partimos en busca de un destino al que nunca alcanzamos.

Curiosamente, aquellas combinaciones de números que antes veía por todas partes ya no se me aparecen, o cuando lo hacen, no les doy  demasiada importancia. Mentiría si os dijera que no me gustaría ganar el euromillones, pero ahora sé que todo aquello que una persona puede esperar de sí misma o del entorno que lo rodea, ya lo tengo o puedo conseguirlo. Ya era rico, sólo tenía que abrir los ojos para verlo.

Para Nur, con todo el amor que tengo y el que tendré...