miércoles, 3 de marzo de 2010

El Túnel

La última vez que lo vieron a Santiago Rosiñol fue en una noche gélida y lluviosa de 1975. Alguien se lo cruzó cuando se dirigía con paso errático hacia el túnel que pasaba por debajo de las vías del tren, en dirección a su casa en el otro extremo del pueblo. Después se supo que había estado tomando unas copas con unos amigos y que cuando ya apenas podía mantenerse en pie se despidió de todos y se dirigió tambaleante hacía su casa.


Al principio casi nadie en Garraf notó su desaparición, sólo a algunos que acostumbraban cruzárselo a diario les extrañó su ausencia en el bar o en el club de tenis. Más de uno lo llamó para conocer su paradero o simplemente para ir tomar unas copas pero el resultado era siempre el mismo, nadie contestaba. Comenzaron a preocuparse y hubo quien opinó que había que saltar la cerradura de su casa y otros que lo mejor era dar parte a la policía de su desaparición. Lo primero no fue necesario, porque vieron que podían saltar a su casa desde la terraza del vecino. Se encontraron con que la ventana estaba semiabierta y por allí entraron. Lo buscaron por toda la casa y ni rastro de él. Su cama estaba sin hacer, en la cocina había algunos cacharros acumulados que evidentemente llevaban varios días y en la terraza ropa tendida ya cubierta por varias capas de polvo. Hubo quien observó que la radio aún estaba encendida. Era como si hubiese abandonado su casa con la intención de volver al poco tiempo y no lo hubiese hecho jamás. Denunciaron su desaparición a la policía y colgaron carteles por los pueblos cercanos. Los pocos familiares que tenía Santiago se hallaban desperdigados por distintos puntos de Cataluña y no mantenían demasiada comunicación con él (por no decir nula) y aparentaron demostrar más preocupación por su paradero que la que en verdad tenían.

Pasaron más de treinta años y la inexplicable desaparición de Santiago Rosiñol pasó a ser un misterio más de los tantos que flotaban en Garraf. Una medianoche de frío nival y un viento que encrespaba las olas y jugueteaba con los árboles como si fueran simples ramitas, Ricardo Torino volvía de cenar de casa de su amigo Marc y se dirigía con paso cada vez más veloz hacia la suya, apremiado por el duro frío de las dos de la mañana. Las luces de la calle estaban casi todas apagadas y el pueblo entero parecía sumido en la semioscuridad. El túnel también estaba completamente a oscuras, tan sólo era principio.
Dos pasos fueron suficientes para adentrarse en la penumbra. Hubiera deseado tener una linterna ya que apenas se vislumbraba una claridad del otro lado. Unos pocos pasos más adelante el pasaje se diluía en las tinieblas.
Había recorrido ya la mitad del trayecto cuando sintió como una mano de hierro se atenazaba en su brazo. Su corazón dio un vuelco y antes de que pudiera reaccionar de alguna manera una voz temblorosa en la que se mezclaban la desesperación y el asombro le dijo –Ayúdame por favor, tengo que salir de aquí…tengo que salir- Instintivamente Ricardo se quitó la mano que se afirmaba en su brazo e intentó buscarle un rostro a aquella voz que surgía de la oscuridad, pero apenas distinguía contornos. La voz le preguntó quien era y aventuró algunos nombres, algunos conocidos para Ricardo, otros no. Ricardo le dijo quien era y ante su extrañeza le explicó que tan sólo llevaba un par de años viviendo allí. -Soy Santiago -le contestó- Santiago Rosiñol y quiero que me ayudes a salir de aquí-.
Ricardo recordó la historia del hombre que hacía ya treinta y cinco años había desaparecido sin dejar rastro alguno y pensó que aquél desconocido o bien estaba gastándole una broma bastante pesada o estaba desquiciado. El hombre encendió un mechero y lo interpuso entre Ricardo y él. La llama oscilaba débilmente consumiendo benzina, lo suficiente como para que Ricardo reconociese en ese sujeto al que en alguna ocasión había visto en el álbum de fotos de Marc. Ricardo lo miró atónito y tan sólo alcanzó a responder que conocía bien la historia de Santiago Rosiñol, y debía reconocer que el parecido de éste hombre con el de las fotos era extraordinario pero no podía ser él ya que entonces debería rondar los ochenta años, por lo menos, y la persona que tenía delante suyo no sobrepasaba en mucho los cuarenta.
El hombre lo miró y Ricardo pudo leer en sus ojos miedo y confusión y pudo sentir el vaho a alcohol que emanaba de él.

-No entiendo lo que me dice, yo recién vengo de casa de los Ferrat…y de pronto…no entiendo lo que me pasó -comenzó con voz temblorosa mientras miraba a uno y a otro lado del pasaje-. Al entrar al túnel llovía, y mucho. Pero había luz. Ahora está oscuro. Al llegar a la mitad comencé a marearme o al menos eso me pareció porque me dio la sensación de que a medida que avanzaba el túnel se movía conmigo…no –dudó- era más bien como si se estirase. Si yo corría el túnel se alargaba a mi ritmo, pero siempre me hallaba en el mismo lugar. Comencé a desesperarme y maldije al alcohol que corría por mis venas y a mi mismo. Intenté ir hacia el otro lado pero algo aún más extraño sucedió. No me podía mover, como si estuviese encadenado al suelo y el extremo hacia dónde quería ir se cerraba sobre si mismo, se contraía, ¿entiendes lo que te quiero decir? –me dijo con voz angustiada- desesperado, comencé a gritar mientras luchaba en vano por avanzar hacia uno u otro lado. Al final comencé a tambalearme, mareado, y caí inconsciente. Recobré el conocimiento y todo estaba a oscuras, luego vino usted. Ayúdeme a salir, por favor.

Ricardo pensó que no podía dejar a aquél hombre allí, quien quiera que fuese, porque moriría de frío.

-Venga, ya verá como salimos de aquí- le dijo Ricardo a aquél misterioso hombre a la vez que le pasaba un brazo por el hombro. Tan sólo habían dado un par de pasos, cuando al tercero Ricardo tuvo la sensación de que una fuerza invisible e irresistible lo fijaba al suelo y no lo dejaba avanzar. En un principio pensó que se trataba de aquél pobre loco que en definitiva no quería moverse de allí, pero comenzó a desesperarse cuando tomó conciencia de que cada centímetro cuadrado de su cuerpo era retenido por aquella fuerza. Como si un campo gravitatorio de inmenso poder lo retuviese.

-¿Lo ve? ¿Ahora me cree?- Le dijo Santiago asiéndolo por los hombros y estrujando su abrigo. Una de las luces del túnel que estaba sobre ellos comenzó a parpadear débilmente y el loco miró hacia allí. Ricardo pudo ver su rostro claramente y leer en sus ojos miedo e incomprensión, pero no vio ni un atisbo de locura en ellos.

-No se si llevo aquí horas, días o años –continuó- pero cuando entré en el túnel, éste no era así –miró a su alrededor con ojos de asombro y agregó- y ahora…

-¿Ahora que?-lo interrumpió Ricardo- ¿Que ha cambiado?

-Que es el mismo túnel y a la vez...no lo es, es diferente, está cambiado…-se sentó con una expresión de cansancio y miró a Ricardo que pudo leer en sus ojos resignación y desesperación- y no puedo salir de aquí. Lo he intentado de todas las maneras y el resultado es siempre es mismo. Una fuerza invisible pero inexplicable me retiene dentro de un espacio de unos pocos metros cuadrados que no puedo abandonar. Cuarenta malditos pasos tiene tan sólo este túnel de un extremo a otro. Ni uno mas, ni uno menos. ¿Los ha contado usted alguna vez? Yo si…puede ser casualidad, o no...¿y el tiempo? ¿Ha mirado su reloj al entrar y al salir? ¿Alguna vez no ha llegado antes o después de lo previsto a una cita sólo por atravesar este maldito agujero?

Santiago se hizo pequeño contra la pared de frío cemento y levantó su vista hacia Ricardo. Creyó ver en los ojos de aquél hombre dos tiempos. El pasado, sólo alcanzable en la memoria y el futuro, ese que siempre va un paso delante de nosotros y que se nos escapa cuando lo tocamos con la punta de los dedos

Ricardo comenzó a temblar y supo que quizás no era de frío. Por un instante la imposible idea de poder quedar atrapado eternamente en aquél túnel le aterró. ¿Y si en verdad ese hombre era el mismo Santiago Rosiñol que pasó a ser uno de los misterios sin resolver de Garraf? No, eso no podía ser posible.

-No se preocupe- balbuceó Santiago con voz cansada- usted puede salir de aquí fácilmente, pero nunca lo podrá hacer conmigo. Antes era esclavo del tiempo, de mi tiempo o del que yo aceptaba que me impusiesen, y al final…

-Eso nos pasa a todos…Santiago.

-Si, pero no todos se vuelven prisioneros de él quedando atrapados en un eterno presente- Santiago miró fijamente a Ricardo y formuló la pregunta más temida.

-Dígame que hoy es 28 de diciembre.

-Si, lo es.

Santiago miró hacia el suelo durante unos segundos antes de volver a posar su mirada en Ricardo.

-Es extraño…hubiera jurado…no se –balbuceó- que no es el día que es.

-Pues si -continuó Ricardo- es el 28 de diciembre de 2009.

-Lo sabía…lo sabía – decía Santiago mientras se agarraba la cabeza- tengo que volver, tengo que hacerlo.

Se irguió de un salto y a la titilante luz del neón su figura adquirió una apariencia irreal. Mientras murmuraba palabras incomprensibles comenzó a correr en dirección hacia el mar. Tan sólo consiguió dar un par de pasos y de pronto sus movimientos se hicieron más lentos y Ricardo pudo ver como el cuerpo de Santiago quedaba suspendido a varios palmos del suelo durante unos segundos antes de caer estrepitosamente.

Con su rostro deformado por la desesperación se giró hacia Ricardo, gritándole -Váyase mientras pueda. ¡Váyase!- cogió una piedra que había en el suelo y se la arrojó, golpeándole en un hombro. Ricardo se frotó el brazo, entre dolorido y asombrado.

-¿Sólo quiero ayudarlo a salir de aquí, lo entiende? Intentémoslo una vez más. Juntos no podemos, entonces hagámoslo separados. Y si de esa manera no funciona, quizás yo también me quede atrapado aquí, para siempre.

Ricardo se quitó el abrigo y le dijo a Santiago que cogiera uno de los extremos.

-Yo iré delante, y cuando alcance el otro lado lo único que deberé hacer es tirar hasta que pueda sacarte.

-Dicho así…suena fácil, pero lo he intentado de mil maneras- Santiago cogió el extremo que le ofrecía Ricardo y tiró hacia sí, obligándolo al segundo a que lo mirase, y cuando sus ojos se encontraron bajo la tenue luz del neón Santiago prosiguió: -Si en verdad es el año que tú me dices yo debería tener unos setenta y cuatro años. La noche que entré en este túnel venía de jugar una partida de póquer y de tomar unas copas con los amigos –metió una mano en el bolsillo de su chaqueta de piel lustrosa y sacó un mechero y se lo extendió a Ricardo- Uno de ellos me dejó este mechero y luego me olvidé de devolvérselo. Se llama Jaume, Jaume Rial.

-Lo conozco.

-Que bien, deben estar viejitos…él y su mujer, digo. Espero que estén bien.

-Bueno, Jaume vive, pero su mujer murió hace unos pocos años. No he llegado a conocerla- contestó Ricardo mientras guardaba el mechero en el bolsillo de su pantalón- pero serás tú, no yo, quien se lo de.

-Elige una dirección- dijo Ricardo.

-Hacia allí – dijo Santiago extendiendo su dedo en dirección hacia el mar- por allí entré hace unas horas o más de treinta años, quien sabe, y quizás así regrese hacia el pasado.

Cogidos cada uno por un extremo del abrigo comenzaron a correr en dirección hacia el extremo del túnel que conducía hacia la parte más vieja del pueblo y hacia el mar. Sólo dieron unos pocos pasos y se toparon con una de las paredes oscuras e invisibles que los mantenían prisioneros. Santiago pudo ver como Ricardo comenzaba a ser absorbido por aquella indefinible penumbra mientras su propio cuerpo chocaba contra lo que para él era una infranqueable e imposible pared.

Ricardo se adentró en lo indescifrable y sintió como si los fotogramas de millones de películas pasaran ante él en tan sólo unas décimas de segundo. Escuchó la voz de Santiago, primero clara, luego cada vez más lejana y al final era tan sólo un eco de algo que quizás jamás había sucedido. Miró hacia el túnel. El corredor estaba perfectamente iluminado en toda su extensión. Sintió frío y reparó en la chaqueta que colgaba de una de sus manos y se la puso sin titubear. La notó extraña, se miró y reparó en que una de las mangas estaba cortada por la mitad y el largo apenas llegaba al antebrazo. La parte que faltaba era como si hubiese sido desgarrada del resto. Estaba aturdido, no alcanzaba a entender lo que le había sucedido. Estuvo largo rato mirando el túnel mientras se frotaba el antebrazo en la parte descubierta. Ni rastro de Santiago o de quien quiera que fuese aquél hombre. Hacía mucho frío, era tarde y debía atravesar nuevamente ese túnel para llegar a su casa o saltar por sobre las vías del tren. Miró su reloj. Eran las 2.02 de la mañana. Se sintió un poco cobarde por elegir el camino más accidentado, pero el más seguro. Saltó por sobre las vías del ferrocarril.

A la mañana siguiente y luego de media taza de café ya comenzaba a despertarse. Era una inesperada aunque agradable mañana de sol en Garraf y Ricardo prefirió sentarse en la terraza. En la mesa de al lado la venerable generación de los 20´ y 30´ despuntaba su vicio jugando a las cartas. Con su mirada aún algo nublada por el sueño, Ricardo pudo ver que uno de los jugadores era Jaume Rial.

Ricardo estuvo jugueteando largo rato con un pequeño objeto dorado en su mano izquierda hasta que por fin se decidió a levantarse y se dirigió a Don Jaume.

-Buenos días señores…Don Jaume, he encontrado este mechero por el túnel y me dijeron que podía ser suyo. Don Jaume lo dio vueltas, intentando forzar la capacidad de sus lentes como si eso le ayudase a recuperar la memoria.

Hizo ademán de devolverle el mechero a Ricardo pero pareció arrepentirse y volvió a colocarlo cerca de su ángulo de visión, pero esta vez se quitó las gafas. En la base, el mechero tenía algo grabado, unas iniciales, o quizás una dedicatoria. La mano que lo sostenía tembló imperceptiblemente y Don Jaume dio una cabezada y suspiró, como si muchos años más le hubiesen caído encima.

-¿Dónde lo encontraste?-le preguntó sin mirarlo a los ojos.

Ricardo tardó unos segundos en responder.

-En el túnel.

Don Jaume le dio las gracias, metió el mechero en uno de los bolsillos de su yérsey y se dirigió con el paso lento y la cabeza gacha en dirección a su casa.

Ese día necesitaba quedarse a solas con su pasado