miércoles, 8 de julio de 2009

Historia de una imposible rebelión

El bolígrafo de Joan llevaba ya varios minutos girando en su mano derecha, mientras la izquierda iba saltando de una tecla a otra del ordenador, sin un rumbo concreto o coherente.
Desde su reducido espacio de trabajo podía ver, algo lejana pero no por ello menos temible, la brillante calva del director reflejando la luz de la pantalla de su ordenador. Notó que esa irregular esfera emitía más luz que el tubo fluorescente que pendía del techo. Pero en ese momento ni esa observación, ni siquiera la más ocurrente podía hacerle la menor gracia.
El jefe comenzó a fruncir su ceño y a hablar solo, cogió su teléfono y vociferó algo al auricular.
A los pocos minutos la desgarbada y encorvada figura del cabrón de Roberto Alchurrete pasó cerca de su cubículo en dirección a la del jefe supremo. Golpeó dos veces la puerta moviendo sólo su puño sobre su muñeca de Barbie y entró. Desde allí Alberto no podía oír lo que decían pero se lo imaginaba. Donde los gestos abundaban las palabras sobraban y su jefe le hizo recordar a un Marcel Marceau pero sin sonrisas dulces o burlonas, ni pintura de mimo y con un claro y temible instinto asesino a punto de surgir como un géiser. Comenzó a golpear la mesa y ya no se vio ninguna cabeza asomar por sobre los cubículos, todos se agacharon menos Joan, que dejaba asomar un mechón de pelo y un ojo tan enormemente abierto que se le asemejaba al de un calamar. Y allí estaba Alchurrete señalando hacia su cubículo, desviando con el pulgar toda la culpa en su persona. Si para eso era un especialista el muy hijo de puta, sólo le faltaba la toga de senador romano (aunque con mucha menos clase) y un par de higos maduros deslizándose de dentro de la misma. ¡Si por poco más que eso Cartago fue devorada por las llamas!.
Joan cerró los ojos, agachó levemente su cabeza y comenzó la cuenta regresiva. Cinco, cuatro, tres…Casi difuminada ve pasar la figura de Alchurrete mirando de reojo hacia él y en resuelta dirección al ascensor, aunque no lo demasiado veloz como para no percibir los fulgores de rabia justificada qu despedían los ojos de Joan. Su teléfono suena una, dos veces…en la pantalla del aparato aparece claramente el número de interno del director. Respiró hondo y llevó el auricular a su oreja derecha. Una voz de ultratumba le dijo con un tono seco -Joan, antes de que cuelgue lo quiero en mi despacho-.
No había escapatoria, debía afrontar su destino con valentía. Se irguió lentamente y comenzó a caminar entre los puestos de trabajo como si se dirigiese al patíbulo. A su alrededor todo parecía borroso y lo único que veía con nitidez eran las miradas huidizas de sus compañeros y la puerta del despacho del jefe. Golpeó débilmente la puerta y una voz de esas que hielan la sangre, pausada y demasiado seca para su gusto, lo invitó a entrar.

-Siéntese – dijo el Sr. Alvarez sin dejar de mirar el ordenador y de aporrear el teclado con tal fuerza que parecía que las teclas en cualquier momento iban a comenzar a saltar por los aires. Dio vuelta la pantalla del ordenador en dirección a Joan y señaló una columna con cifras en una planilla de Excel y con una voz más grave que nunca dijo: -Joan, estos son los ingresos que debería haber tenido nuestra empresa este mes…y estos- señalando otra columna golpeó con un lápiz en la pantalla varias veces, astillando la mina- son los que debería haber tenido, pero gracias a su maravilloso, eficaz y resolutivo desenvolvimiento como la joya que es para nuestra empresa, eso no ha sido…posible.
-Eh…señor Alvarez, a ver…déjeme que le explique por favor…-comenzó a balbucear Joan- es que los planos que deberíamos haber tenido listos…-

El rostro del director empezó a congestionarse y adquirir los más variados matices del rojo y a Joan se le antojó que era como una enorme manzana. De nada ya valía articular excusa alguna. Dio dos golpes en la mesa con sus puños que hicieron bailotear el teclado y caer algunos lápices al suelo a la vez que su boca comenzó a entreabrirse para liberar, con seguridad, toda suerte de improperios y amenazas.
Joan nunca recordó lo que dijo su jefe aquél día, sólo quedó grabada en su memoria la imagen del señor Alvarez con su rostro a punto de explotar, sus ojos saltando de las órbitas y la onda expansiva que produjo al abrir su boca. Sintió literalmente como las capas de aire se desplazaban ante el caudal de voz y llegaban hasta él, como si fuese una terrible explosión imposible de detener. Fue como si una fuerza invisible pero palpable entrara por sus oídos y los hundiera hacia dentro buscándose en algún punto del cráneo.
Y todo fue oscuridad, y no recordó nada más.
Volvió en si y ya estaba sentado en su escritorio, quizás los mismos compañeros que estaban propinándole sonoras cachetadas para que reaccionase tuvieron la deferencia de arrastrarlo hacia allí. Se sintió como un galeote casi moribundo encadenado de nuevo al remo de la nave.
Le dijeron que se fuese a su casa a descansar y que mañana ya iría al médico. Estaba de acuerdo con ello. Más bien se tumbaría en el sillón de su casa, con una lata de cerveza en una mano y el mando de la tele en la otra. Sin duda su nivel de estrés había alcanzado una cota ciertamente preocupante y era hora de tomar una solución y de momento lo más acertado parecía ser el descanso y la desconexión total.

Un par de curvas más y ya estaría en Garraf. Aunque las ventanillas del coche estaban cerradas y el inmortal Freddy Mercury sonaba en el estéreo de su coche, creyó oír las olas romper contra los acantilados, como si fuese un instrumento más de la banda sonora de Queen. Bajó la música y abrió la ventanilla. Podía escuchar perfectamente el sonido del mar, aunque éste parecía estar tan calmo como una piscina. –Que extraño – se dijo meneando su cabeza –evidentemente no estoy del todo bien…
El sonido de la puerta de su coche y la de su casa al cerrarse se le antojaron extrañísimos y a pesar de haber cierta diferencia de tiempo entre los dos fue como si cuando aún seguía sintiendo la vibración producida por uno el otro se le superpuso, sumándose así al anterior.
Respiró aliviado al ver que no había aún nadie en casa, pocas veces se podía permitir el lujo de tumbarse en el sofá, cerveza en mano y dejarse abducir por la televisión. La puerta de la nevera al cerrarse, la cerveza al abrirse…¡Todo sonaba diferente! Se quedó largo tiempo mirando la tele sin verla, meditando sobre que era lo que le estaba sucediendo. Se levantó y dio un paseo por la casa cogiendo varias cosas de diferente naturaleza y al azar, luego se dispuso a distribuirlas en la mesa del comedor.
Delante de él había diseminado algunos alfileres, un libro grande, unas piedras, una copa de cristal y un condón. Cogió primero los alfileres y los dejó caer desde medio metro de altura sobre la mesa. Nada, al menos el sonido era el esperado. Luego hizo otro tanto con el libro.
Fue increíble no sólo lo que escuchó, sino también lo que sintió. Pudo percibir como el efecto sonoro no sólo quedaba limitado a un golpe seco y breve, sino que pudo escuchar como se expandía a partir de un epicentro hacía todas direcciones. No vio las ondas, pero las sintió de tal manera que hasta supo cuando el sonido chocaba con su propio cuerpo, ya debilitado por el recorrido.
¿Como podía percibir tal cosa y porqué? Le parecía todo tan irreal, desde su incidente en la oficina hasta lo que estaba experimentando en esos momentos. ¿Por qué razón a algunos sonidos los percibía de esa manera tan particular y en cambio a otros los seguía captando normalmente? Tenía que seguir experimentando.
Le tocó el turno a la copa. La asió de la base y la golpeó liberando el índice del pulgar. Tampoco se sorprendió por lo que escuchó, el típico limpio, puro y largo sonido del buen cristal. Luego desparramó las piedras, todas de distintos tamaños y formas, por el parquet del comedor. El efecto sonoro fue aún más increíble que el del libro, ya que pudo distinguir claramente las diferencias entre los sonidos producidos por las piedras más grandes y las más pequeñas y no sólo eso, sino que al igual que con el pesado libro pudo percibir el recorrido de las ondas sonoras a través del parquet.
Luego abrió el envoltorio del condón no sin pensar que estaba arrojando un euro a la basura, pero luego la idea de que la noble goma estaba destinada a un experimento científico lo convenció de su buen tino. ¡Y cuanta razón tuvo!
Ató cada extremo del preservativo a los apoyabrazos de una silla y se limitó a estirar el látex para luego soltarlo, como si fuese una cuerda de un arpa. El resultado fue asombroso y realmente esclarecedor, la vibración producida por la particular cuerda se transformó en una perfecta nota de una sinfonía maravillosa. El sonido viajó por el aire de la estancia llenándolo con su música incomparable.
Por fin entendía lo que estaba pasando. Había producido con los distintos elementos sonidos agudos con unos y graves con otros. Los agudos los percibía normalmente, pero los graves como el de las piedras, el libro o el condón los captaba en un nivel que jamás hubiera imaginado que podía ser posible. Ya entendía porque se había desmayado en la oficina. La ronca voz de su jefe, sumada al hecho que la misma llegó a alcanzar los umbrales de lo soportable por cualquier sistema auditivo normal, fue para él el detonante de un nuevo estado que aún no alcanzaba a entender, o quizás…quizás fuese otra cosa y realmente tenía un problema auditivo que pudiese derivar en algo más grave.
Decidió que lo mejor sería pedir turno con el médico. Cogió el teléfono y comenzó a llamar al CAP de Sitges pero apenas comenzó a sentir el tono de llamada cortó. Seguro le darían cita para quince días o un mes, allí en el centro lo atendería un médico que no conocía ya que jamás había coincidido con el que le habían asignado y al verlo sano, joven y fuerte lo enviaría de nuevo para casa con una palmada en el hombro y sin haberle mirado ni siquiera los oídos. De momento lo mejor que podía hacer era coger una cerveza en su mano derecha y el mando de la tele en la otra y aprovechar que su mujer aún no estaba en casa para desparramar bien el culo en el sofá. Puso una película de artes marciales con actores desconocidos y se dedicó a no pensar en nada.
Justo en el momento crucial, cuando el monje Shaolín (el bueno) estaba enfrascado en una incierta e interminable lucha con el malvado general Lao (el malo) y el quinto botellín de cerveza ya sólo tenía un leve rastro de espuma, sonó el timbre de su casa con la insistencia y violencia de una sirena de camión de bomberos.
¿Quien sería? Mientras el timbre no dejaba de sonar y el monje Shaolín le aplicaba una mortal garra de águila en la garganta a su oponente recordó que su suegra (la fea) los visitaría ese día.
Como el monje Shaolín, respiró hondo para concentrar su “chi” en la zona abdominal y se dirigió a la puerta con una resolución y valentía admirables.

-¡Que sorpresa! ¿Por que no abrió, Montse? ¿Se ha olvidado la llave? – exclamó Joan forzando una sonrisa simpática-

Doña Montse lo repasó velozmente de arriba abajo y le dijo:

-Ví luz, ¿para que buscar la llave en el bolso? -Y señaló hacia un cargadísimo carro de la compra que maniobraba con habilidad- Además está debajo de dos kilos de alcachofas, cuatro plantas de lechuga y tres ramas de tomates…¿y tú que? Ya te han echado del trabajo o…¿que te pasa, porque pones esa cara?

Joan estaba pálido y rígido, como petrificado. Sus piernas comenzaron a temblar y mientras andaba con paso vacilante hacia atrás llevó las manos a sus oídos

-Por favor, Montse, cállese por favor, es que…

-¡Ah! – replicó su suegra- ¡encima de vago y tonto, maleducado! Y comenzó a agitar su dedo mientras se acercaba hacia él y su voz aguardentosa cultivada a base de nicotina y alcohol se elevaba en decibelios y en odio.
La sacudida fue insoportable, de pronto sintió que sus piernas se aflojaban mientras todo se nublaba a su alrededor y se desplomó al suelo.
El rostro de su esposa se le apareció algo borroso y otra cara aún indefinida se unió a la de su mujer.
-No, ¡no! ¡Por dios, que no hable! – exclamó Alberto a la vez que se tapaba los oídos y se retorcía en la cama. Por el rabillo del ojo vio que no era su suegra sino un calvo enorme con una bata blanca el que se inclinaba con expresión seria sobre él. Se incorporó velozmente y comenzó a mirar alrededor suyo.
-¿Dónde está? ¿Dónde está tu madre?
-Tranquilízate Joan, ¡vaya susto me has dado! Mi madre me llamó para avisarme que te habías desmayado y vine lo antes posible, cuando llegué ya estaba aquí el doctor de emergencias con mamá…
-Y tu madre, ¿dónde está? -interrumpió Joan a su esposa a la vez que saltaba en la cama.
-Cariño, no te preocupes por mamá, ella está bien…se fue antes de que levantaran el mercadillo de Castelldefels, pero estaba muy preocupada por ti.
-¡No, si no me preocupa tu madre, sólo me quería asegurar de que se haya ido!
-¿Como puedes ser así con ella? No sabes lo preocupada que estaba la pobre por ti ¡con lo que te quiere!
El doctor le posó una mano en su hombro y le dijo: -Tranquilícese hombre, y recuéstese que tengo que hacerle unas pruebas. Me dijo su esposa que nunca ha tenido ni desmayos, ni indicios de epilepsia, ¿verdad?
-No, nunca, salvo hoy que me desmayé dos veces. Una en el trabajo y otra…cuando vino mi suegra – dijo mirando con un gesto socarrón a su mujer, luego les contó los hechos tal cual le habían sucedido.
Su mujer lo miraba con expresión de preocupación y el médico asentía seriamente.

-Vaya -dice el doctor- es un caso extraño…hipersensibilidad sólo a los sonidos graves, desmayos inexplicables…recomiendo un electroencefalograma para descartar alguna patología de carácter neurológico. Aunque no me asombraría que todo fuese causado por un elevado nivel de stress –meneó la cabeza con aire de preocupación y la miró a la esposa de Alberto y agregó – no se imaginan en estos tiempos de crisis los casos que estamos viendo.
Sacó una libreta y apuntó la receta de un calmante leve por si la situación persistía y recomendó cita con el otorrinolaringólogo y una orden para un elecroencefalograma.

La noche llegó sin que sucediese nada en particular, salvo que continuaba percibiendo los sonidos de igual manera. Cada tanto le llegaba, como amplificado, el ruido de algún camión en la cercana carretera y cuando todo ya estaba en silencio, hasta creyó escuchar el murmullo del mar, algo que antes desde su casa era imposible de percibir.
Se tomó una infusión de hierbas y se acostó. Comenzó a sucumbir bajo el influjo de Morfeo y el romper de las olas en la costa se entremezcló con otro sonido que en un principio apenas percibía, pero que luego comenzó a sentir más claramente. Era una como una vibración y le daba la sensación de que ese sonido llegaba por el suelo, viajaba por los cimientos de su casa hasta percibirlo en la misma cama en dónde estaba durmiendo. Varias imágenes comenzaron a entremezclarse en su mente. Vio rejas, llanuras extensísimas y frondosas selvas. Esas imágenes comenzaron a diluirse con otras ya incomprensibles hasta que se quedó profundamente dormido.

Joan no había puesto el despertador, tenía el día libre y aprovecharía las horas de sueño hasta el máximo, aunque su despertar fue algo diferente a lo esperado. Como todos los días al mediodía, parte del pueblo de Garraf se sacudió violentamente, saliendo de su amodorramiento, a causa de las explosiones de las canteras.
Horas después, ya en la consulta del médico, intentaría explicarle al mismo de que manera experimentaba sonidos como el de una explosión en las canteras, que antes ni siquiera escuchaba desde su casa ya que sólo percibía el temblor que los barrenos producían.
Le contó de qué manera más espantosa despertó aquella mañana, en la que no sólo su casa se sacudió con el temblor de tierra, sino que sintió que su propio cuerpo era víctima de un estremecimiento salvaje e involuntario durante el cual tuvo la sensación de que todo su cuerpo iba a caer a trozos. También le explicó toda la serie de acontecimientos que había vivido desde que tuvo esa primera experiencia con su jefe y el médico procedió a hacerle las pruebas de audición convencionales. Primero lo miró con el Otoscopio y pudo comprobar que conductos auditivos y tímpanos se hallaban en estado normal. Dado lo extraño de su estado, el especialista decidió realizarle una prueba de conducción ósea. Por medio de un aparato comenzó a enviar distintos tipos de tonos a la vez que un audiograma reflejaba los resultados. Los sonidos agudos o de alta frecuencia los registraba normalmente, sin presentar anomalía alguna. El médico probó entonces con los de baja frecuencia y comprobó con asombro que no sólo la percepción de su paciente iba más allá de lo normal sino que rayaba lo imposible en un ser humano.
-Muy extraño su caso –dijo el doctor a la vez que se retorcía la barbilla- Usted presenta una hipersensibilidad a los sonidos de baja frecuencia realmente increíble. Lo más curioso es que su sistema auditivo, al menos por lo que he podido apreciar, es perfectamente normal. Lo que no entiendo es la razón por la que percibe los sonidos de esa manera. Como usted quizás ya sepa estos viajan a través de un cuerpo sólido, todos podemos escuchar sonido generado en un cuerpo metálico o cualquiera que viaje por el aire, lo que no podemos es…
-Sentirlo como yo lo siento, doctor –agregó Alberto con una mezcla extraña de asombro y preocupación- No entiendo porqué me desmayé en aquellas ocasiones…bueno, si usted escuchara a mi suegra quizás lo entendería pero…es como si pudiera sentir en otra dimensión, no puedo verlos pero puedo hasta darme cuenta cuando el sonido llega a mi cuerpo y utiliza al mismo como transmisor. No se, creerá que estoy loco pero créame que en verdad estoy preocupado, y la explosión de hoy fue algo aterrador, hasta el punto de que temo estar en Garraf cuando los barrenos castiguen la montaña. Los tapones en los oídos ya los he probado y apenas atenúan el ruido, hasta le diría que es aún peor porque me da la sensación de que el sonido entra y queda atrapado en mi oídos.
-De momento lo único que puedo hacer es recomendarle que se coja unos días de baja. Descanse, y no se crea que su problema no tiene un origen en el stress, ya que no encuentro, al menos con los estudios que le he hecho hasta el momento, una razón para creer que presente patología alguna.

-Quien sabe, doctor. Quien sabe…seguiré su consejo

Joan va a su trabajo y presenta allí la baja. ¡15 ansiados y prometedores días! ¿Que haría con ellos? El jefe le dijo que sería más útil a la empresa de baja que en activo. No supo como tomarlo.
No sabía cuanto ocio libre de remordimiento alguno podía caber en 360 horas, al fin y al cabo se lo había recetado el médico. Volvió a su casa y se fue directo al sofá. Descansar, desconexión total…esa es la clave para combatir al estrés y lo haría con la cerveza en una mano y el mando de la tele en la otra.
Los canales pasaban uno tras otro sin enseñar nada interesante. Al final su pulgar se detuvo cuando llegó el canal 33. El documental que emitían hablaba sobre los elefantes y su particular, pero aún no probada manera de comunicarse con sus patas y emitiendo sonidos de baja frecuencia, inaudibles para el ser humano. Una bióloga de aspecto frío pero de hablar apasionado explicaba como, aún encontrándose a decenas de kilómetros unos de otros, los elefantes de una reserva en Zimbabwe podían avisarse acerca de un rumbo a tomar o de un peligro que los amenazase. Tanto el elefante africano como el de la India presentaban ciertas peculiaridades en su lenguaje que aún se seguían estudiando para una mayor comprensión.

Le parecía extraño e increíble, y no sabía a ciencia cierta como hallarle un asidero a su suposición, pero los sonidos que había escuchado la noche anterior antes de dormirse tenían algo que ver con los elefantes. Apagó el televisor y volvió a bajar las escaleras de su casa en busca de su coche. Media hora después ya estaba atravesando Barcelona. Desde que se había mudado a Garraf había dejado de sentirse un ser urbano. Ya no se hallaba a sí mismo entre el abigarrado tráfico y las mareas humanas.
Aparcó en el parking y después de abonar una entrada que se le antojó algo cara entró en el zoológico. Mientras caminaba por el recinto volvió a sentir esa extraña vibración aunque con mayor intensidad que antes. Y ya no dudó más cuando tuvo delante de él a la vieja y enorme elefanta.
Sus ojillos pequeños y tristones lo miraban fijamente. Eran tan expresivos. Su piel ajada y sus colmillos desgastados denotaban el implacable paso del tiempo. La elefanta emitió un suave sonido con su trompa y Alberto no sólo se deleitó con lo que consideró la más maravillosa nota emitida jamás por ser vivo alguno, sino que hasta creyó que en verdad el viejo y cansado paquidermo le estaba hablando a él. Se estaba volviendo loco, nada de esto podía ser posible. Y las rejas que rodeaban el recinto de la elefanta eran las mismas que creyó ver la noche anterior mientras el sueño lo invadía.
-¿Le gusta Susi? ¿Verdad que es guapa para la edad que tiene?-le dijo un cuidador que había a su lado.
Joan sacudió su cabeza, aún confundido –¿Perdón? ¿Me hablaba a mí? ¿Que me decía sobre la elefanta?
-Que se llama Susi…y tiene ya unos cincuenta años…está viejecilla y con muchos achaques, no creo que viva muchos años más, además está triste aún por la muerte de su compañera, Alicia. Pensamos traerle compañía en breve, ¿pero como va ella a saberlo? –agregó el cuidador que tenía unas gafas grandes y la cara llena de granos.
-Se ve que está triste…como depresiva…se le ve en los ojos y en como se balancea hacia delante y hacia atrás…-agregó Joan con una seguridad que a él mismo lo asombró.

-Pues…si, eso es lo que algunos dicen, sobretodo algunos grupos ecologistas, pero las autoridades de aquí lo desmienten terminantemente- el cuidador alzó sus hombros y agregó-pero bueno, ¿que puedo hacer yo? Bueno, hasta luego, seguiré con mi recorrida.
El cuidador se perdió entre la gente y Alberto siguió contemplando a Susi, sin comprender a ciencia cierta el porqué de su embobamiento ante el gigantesco animal.
Susi alzó levemente una de sus patas delanteras y golpeó en la tierra. El sonido viajó por el suelo en todas direcciones y quizás nadie más allí lo percibió, salvo Alberto. Sus ojos se abrieron asombrados y uno de esos escalofríos que se sienten cuando lo inesperado e imposible nos es revelado recorrió todo su cuerpo, pero aún antes lo hizo la vibración que primero la sintió en sus pies y luego en todo su cuerpo.
Un sonido que a él se le antojó la más dulce voz jamás escuchada surgió de la magna probóscide. La lágrima que rodó por su mejilla lo hizo casi al mismo tiempo que la de la triste y vieja elefanta, que jugó un poco entre los pliegues de su piel antes de caer a la tierra.
-Ya lo entiendo, por fin entiendo todo –se dijo asimismo.



La noche llegó y Joan no aparecía por casa. Preocupada porque tampoco podía comunicarse con él su mujer llamo a su madre y esta para tranquilizarla le dijo que no se hiciera problema, que él estaría bien.
-No te preocupes hija, seguro que volviendo para casa hizo una parada en el Riviera.
-Ay mamá, que el Riviera ya está cerrado, y de eso hace ya varios meses.
-Hija, eso para él no es problema, tu siempre dices que encuentra soluciones para todo.
Luego de una breve charla de una hora Ana dejó de hablar con su madre y se acostó en la cama, encendió la tele y puso su programa favorito, el cual la mantenía bajo una tensión constante desde hacía meses; “Con crisis nuestros padres vivían mejor”, un reality show en el cual 5 familias eran sometidas a pruebas y castigos espantosos como sufrir a un cambio de una televisión de plasma de 42´ pulgadas con TDT, Full HD y JODT por una de blanco y negro de 14´ o de un Lavavajillas por la antigua, infalible pero agotadora al fin, tabla de lavar.
Ahora los premios eran también envidiables, si se iban superando pruebas los participantes podían acceder por ejemplo a una chica sudamericana para que les cuidara los niños para que los padres pudiesen salir y así disfrutar de su tiempo libre.
Las horas pasaron y los párpados de Ana cayeron vencidos por su propio peso. Su pulgar derecho reposaba sobre la tecla CH+ del mando y cerca de su mano izquierda estaba su móvil, que empezó a sonar en medio de la medianoche.

-¿Mamá? Apenas escuché sonar el teléfono pensé que era Joan que…-balbuceó Ana con su lengua aún algo adormecida.
-¡Pon el canal 25 ya! Rápido –apremió la madre de Ana.
Sin colgar la llamada Ana puso el canal que le decía su madre. Una guapa periodista hablaba frente a la cámara con la playa de Barcelona como trasfondo.

-…en la playa de la Barceloneta con el equipo de “Después de la medianoche”, cubriendo los sucesos mas asombrosos de la noche en la Ciudad Condal- decía la periodista, y la cámara amplió su rango de imagen y a su lado apareció un oficial de policía joven, de gruesas cejas y sonrisa bonachona- Y aquí está con nosotros el oficial de los Mossos de Esquadra de Ciutat Vella, el teniente Alberto Rodríguez.
-Díganos teniente, como procederán en este caso, porque en verdad es muy extraño, ¿cual es vuestro papel aquí?
Mientras el oficial de policía hablaba la cámara empezó a hacer foco a una escena que se desarrollaba cerca de allí. Justo en la orilla dos figuras se recortaban a la luz de la luna. Una era enorme, la otra, mucho más pequeña, estaba apoyada en la mayor. Ana no daba crédito a lo que veía o creía ver. Intentó en vano agudizar su vista pero no hizo falta, la cámara se fue acercando lentamente. La policía estaba apartando a los curiosos que se arremolinaban alrededor de las dos figuras, la mayoría de ellos iba a los tumbos, con más alcohol en las venas que sangre y seguramente ni unos ni otros daban crédito a lo que estaban viendo.
Porque en verdad y si bien Barcelona da para todo un hombre y un elefante compartiendo unas gominolas mientras miran el mar no es una imagen del todo frecuente.
Pero más azorada estaba aún Ana, ya que el que estaba cariñosamente apoyado al paquidermo y le pasaba los dulces era su marido. En eso el policía interrumpe con un ademán la conversación con la periodista para atender una llamada por el canal policial. Le informaban que el Zoológico de Barcelona había contactado con ellos para informarles de la extraña e inexplicable desaparición de su única elefanta, y que se dirigirían hacia allí con el equipamiento adecuado para trasladar de nuevo al paquidermo a su hogar.
Luego la periodista siguió al teniente Sánchez hacia donde se encontraban la elefanta y el hombre, rodeados por más policías que intentaban mantener un cordón para evitar que los borrachos y curiosos (o los curiosos borrachos) se acercasen al sitio.
La áspera voz de su madre aullaba en el auricular –¿Lo estás viendo? ¡Es él! Te dije que ese hombre estaba loco, ¿¡si no que va a hacer en la playa de la Barceloneta, con una elefanta y compartiendo gominolas con el bicho?!
La madre de Ana siguió enarbolando una y mil razones para justificar la locura de Joan, que en ese momento era entrevistado por la periodista.
-Disculpe señor…¿podemos hacerle unas preguntas para “Después de la Medianoche”?
Joan alzó sus hombros en señal de que le era indiferente, mientras la trompa de la elefanta lo rodeaba en busca del paquete de dulces.

-La gente en estos momentos se debe estar preguntando como es que un hombre y un elefante han llegado hasta aquí. Cuéntenos por favor como y porque habéis salido del Zoo. ¿Es usted el cuidador de este enorme animal?- le preguntó la periodista a la vez que cada tres o cuatro palabras miraba hacia la cámara.
-Pues poco hay para contar -comenzó a explicar con desinterés Joan- además no lo comprenderíais, sólo somos dos seres que se entienden y que salieron a dar un paseo juntos. Y en verdad la palabra “cuidador” me hace mucha gracia, no sólo por el hecho de que no lo sea sino porque basta ver la mirada triste de Susi para comprender como sufre. ¿Sabía Ud…sabe su audiencia que desde que murió la única compañera de Susi, la elefanta Alicia, la pobrecilla está con una depresión que la está llevando a la muerte, teniendo que soportar el vivir en tan sólo mil metros cuadrados? –Joan comenzó a emocionarse y su voz comenzó a tornarse algo temblorosa- imaginaos que vuestro universo se limita a un rancio recinto rodeado de rejas. Un lugar en el cual una especie extraña, la misma que os ha privado de la libertad y que ha pagado por veros una entrada que considera demasiado cara, observa entretenida todos vuestros movimientos y os arroja comida como divertimento, mientras los captores engordan sus arcas y justifican una cruel y degradante exhibición con la poco creíble excusa de que en vuestro entorno natural viviríais menos…¡y peor! ¿No estamos acaso expuestos nosotros, los humanos, a constantes peligros en el mundo de cemento y vicios en el que vivimos?
Ana no podía creer hasta que punto se había deteriorado la cordura de su esposo. El siempre decía que Garraf era un pueblo de locos entrañables. El ahora se había convertido en uno de ellos. Joan siguió hablando ante la cámara pero Ana ya no quiso ni verlo más ni hablar con su madre. Se despidió de ella que siguió hablando de las singulares cualidades y virtudes de su marido (las de siempre y las recientemente adquiridas) y apagó la televisión. Que vergüenza. ¿Como saldría mañana de su casa? ¿Que dirían en el pueblo? Bastaba con que sólo una de las harpías se hubiese enterado para que la noticia apareciese en la primera plana del bar.
Por suerte el sueño la venció pronto. Avanzada ya la noche oyó que la puerta se cerraba suavemente. Encendió la luz y se sentó en la cama esperando que su marido entrase pero éste se demoró unos minutos mas y al cabo de ese lapso irrumpió en la habitación con un bocadillo de chorizo ya mordisqueado y una mirada ausente.
-¿No piensas decirme nada acerca de tu actuación de hoy? ¿Acaso estás haciendo las oposiciones para ingresar al Cirque Du Soleil?
Como si no la escuchase y mientras le propinaba severas dentelladas al bocadillo Joan se asomó fuera de la habitación y dijo – Alberto, vente para aquí que te presento a mi mujer.
Un hombre alto y sonriente apareció en el marco de la puerta junto a su marido, Ana reconoció al oficial de policía que apareció antes en la televisión.
-Yo no sabía que Alberto viviera en Garraf. Mira lo que es el destino, el me llevó a la comisaría y charlando nos enteramos que casi somos vecinos, y no nos conocíamos. Eso si, es muy responsable y no le quedó otra opción que multarme por alterar el orden público.
-Estás loco, y encima has bebido -dijo Ana con su mejor tono de reproche al ver que su marido oscilaba un poco.
-Yo ya no estoy de servicio- agregó el policía a la vez que alzaba sus manos.

Joan meneó su cabeza lentamente a uno y otro lado y agregó seriamente -creo que te debo una explicación, pero no se si lo vas a comprender…-
-Me debes una explicación y me la darás mañana, ahora vamos a dormir o bien puedes irte al sofá, me da igual. Y Alberto, disculpa a mi marido, está pasando por una época de gran estrés en el trabajo y veo que eso lo ha afectado más de lo que pensaba.
-Eh, que no pasa nada –dijo Alberto palmeando a su marido en el hombro y agregó –lo que le pasó a su marido es increíble, pero aún así le creo. Además me cae de puta madre. Me voy a mi casa, nos vemos.
Luego de eso se despidió dejando solos a Joan y a Ana, que con sus ojos aún algo velados por el sueño intentaba escrutar en el rostro de su marido alguna señal que le indicara que éste no estaba volviéndose loco.

-Mi madre tiene razón, no estás del todo fino –dijo Ana entre bostezos-.
-Tu madre NUNCA tiene razón, pero esta vez puede ser que la acierte – Joan se acercó a la cama y se sentó al lado de su mujer.
-Ana, mi vida siempre ha sido monótona y desprovista de sentido y no te culpo por ello ni a ti ni a nadie, quizás fui yo el que nunca busqué esa chispa que encienda mi existencia haciéndola brillar y ahora, cuando menos sentido le encontraba a mi vida, algo ha cambiado.
Ana miró con sorna a Joan y esbozó una media sonrisa – ¿Y como se llama esa perra? –dijo casi rechinando los dientes.
-Susi no es ninguna perra cariño, además ella tan sólo es…

-¡Y la defiendes, cabrón! ¡Con que excusa me vas a venir…todos estos años creyéndome que estabas hasta tarde en la oficina trabajando y tu te estabas cepillando a una! -aulló Ana a la vez que saltaba de la cama en dirección opuesta a su marido.
-Pero por dios, que dices si Susi es…-intentó explicar Joan.
-¡Sal! Sal de este cuarto que lo infectas con tu inmunda presencia! – y para darle aún más énfasis a su metralla de palabras, Ana le arrojó a Joan lo que más a mano tenía que era un jarrón de metal, que este a duras penas alcanzó a esquivar, aunque no pudo escapar del impacto sonoro que el ocasional proyectil provocó al chocar contra la puerta.
-¡Por más que te tapes los oídos me tendrás que escuchar cabrón, pero ésta será la última vez que lo hagas porque te vas de mi casa! ¡Sólo quiero saber de ti a través de mi abogado! –gritó Ana sin mermar en su cólera
Joan comenzó a dar tumbos, mareado a causa del violento sonido. Ana seguía vociferando pero él no podía escucharla con claridad; cogió algunas cosas que metió en un bolso de mano sin estar seguro de su utilidad y salió a la calle.
Confuso y aún aturdido bajó hasta la playa y se tumbó en la arena. Por unos minutos las estrellas giraron en torno suyo, o al menos eso creyó.
Cada tanto algún camión pasaba por la carretera dejando una impronta sonora fácilmente perceptible para él. El mar estaba calmo, sólo alguna ola rompiendo contra las rocas y diferentes y quien sabe cuan lejanos sonidos llenaban su universo auditivo componiendo una extraña, desordenada pero nada desagradable sinfonía.
Pero otro “instrumento” comenzó a sumarse a esa singular banda. La vibración la percibió en un principio muy tenue, pero clara
Un sonido que eran palabras para él le trajo aires de tristeza pero también de liberación. Un adiós diferente y teñido de agradecimiento, una despedida ya esperada. Y fue a partir de ese momento que todo cambió y por fin supo que hacer.


Joan no regresó a su casa aquella noche, tampoco apareció por allí a la mañana siguiente. Ana bajó como todos los días al bar de la plaza del pueblo a desayunar y mientras la taza de café con leche se le enfriaba entre las manos pensó que quizás su marido podía aparecer en cualquier momento por allí, atravesando la entrada del bar con su cabeza gacha y la mirada de irredimible culpable y le pediría perdón por haberla engañado. Pero ella no lo perdonaría, eso lo tenía más que claro. Ella volvería con su madre y él con su puta Susi.
Un periódico cayó sobre la mesa y un dedo señaló una foto enmarcada por un texto – ¿No es éste tu marido? –dijo el dueño del bar con un tono que no permitía una respuesta negativa.
Ana dejó su taza de café con leche y siguió la trayectoria del dedo.
En la foto podía ver claramente a un hombre y un elefante sentados en la arena; la misma imagen, pero inmóvil, que habían registrado las cámaras del canal de noticias la noche anterior.
“Un extraño adiós a Susi”, decía el titular y la nota rezaba: “En medio del asombro de turistas y paseantes, la playa de la Barceloneta fue escenario de un extraño acontecimiento. A la medianoche una elefanta apareció en la playa de la Barceloneta de manera inexplicable. La intervención de los mossos de escuadra coincidió con la llamada del personal de seguridad del zoo para anunciar la desaparición de su elefanta, Susi. El cuerpo policial actuó eficazmente coordinado por el teniente Alberto Rodríguez separando a los curiosos y organizando el traslado del animal con el personal del zoo. Aparentemente alguien más fue la noticia de la noche. Un desconocido, sin relación alguna con el zoo, se hallaba con la elefanta compartiendo unos dulces cuando llegaron los efectivos policiales. Se cree que Joan Salvat, cuyo nombre es lo único que sabemos de este individuo, participó activamente en la huída de la elefanta (la hipótesis del robo fue desechada) aunque no puede probarse ni la metodología de escape ni mucho menos las razones que pueden haberlo impulsado a hacerlo, ya que no hizo más que unos breves comentarios ante la cámara de un noticiero local.
Joan Salvat será multado con seguridad por alterar el orden público, pero eso no pareció preocuparle en demasía.
A primera hora de la mañana, la elefanta apareció muerta en su recinto, a las pocas horas de su traslado. Su cuidador nos dijo “Murió de tristeza. Estaba muy sola y amaba la libertad”.
El Zoo de Barcelona dedicará una placa recordatoria a Susi, que como “Copito de Nieve” fue durante muchos años el motivo de asombro y alegría de los visitantes”.
Ana levantó lentamente su mirada del periódico y notó como todos los ojos del bar, sin el más mínimo disimulo, estaban puestos en ella. Si no se levantaba y se iba de allí en unos segundos ya sería demasiado tarde. Una locura de largos colmillos de marfil no podría pesar tanto como una de cuernos impalpables, aunque las dos se llamasen Susi. Dejó unas monedas sobre la mesa, cogió su bolso y abandonó el bar con la velocidad de un tornado.


Satnam era el dueño de una próspera empresa de Bombay. Alquilaba elefantes para bodas y eventos especiales. Ese día había vestido a Pooja con sus mejores galas para la boda de uno de los más ricos comerciantes de la ciudad, pero cuando llegó el momento de partir la elefanta se negaba a moverse. Satnam intentó convencerla de todas las formas posibles. La tentó con dulces y con mimos luego probó con engaños y al final con insultos y en un arranque de impotencia hasta intentó asustarla con una varilla que Pooja le arrancó de la mano y arrojó al suelo. Satnam notó que no sólo la rebelde elefanta sino también los otros paquidermos lo miraban en silencio. El conocía a esos animales muy bien y pudo leer en sus ojos que algo en ellos había cambiado. El sonido de otros elefantes se escuchó a lo lejos y Pooja y sus compañeros contestaron y fueron a reunirse con los cientos de elefantes de toda la ciudad y alrededores que se dirigieron a la plaza central de la ciudad.
Transeúntes locales y turistas observaron asombrados el singular desfile. Los elefantes venían de todas partes de la ciudad y alrededores. Algunos venían hasta adornados para un acontecimiento especial que ya no se realizaría, otros hasta iban cargando troncos u otras mercancías. Pero todos parecían estar motivados por un objetivo común, por un fin único que los hacía simplemente imparables en su marcha.
Las autoridades de Bombay no supieron como actuar, algo así jamás había sucedido, ¿como detener a esos animales cuando su determinación era tan férrea? Se pusieron barricadas en distintas calles para detener su implacable avance, aunque no se sabía hacia dónde y como se conduciría tan increíble manifestación. Cuando llegaron a las barricadas los elefantes se detuvieron a pocos metros de los jeeps de la policía, que ante el avance inexorable de semejante manifestación se apretaba cada vez más a sus carros.
En todas las calles que bloqueaban el acceso al centro (todas) los paquidermos se detuvieron a escasos metros de las improvisadas barreras. Estuvieron unos segundos inmóviles y por unos momentos las fuerzas de seguridad creyeron que emprenderían la vuelta, más no fue así.
Algún elefante (hay quien atestigua que fue el único que llevaba a su grupa a un hombre) dio unos fuertes pisotones y comenzó a resoplar, otros, en calles más lejanas, parecieron responder de la misma manera y a los pocos minutos los paquidermos comenzaron a avanzar. Algún policía, en alguna parte, levantó un arma pero pronto la bajó, por sus propios medios o por la persuasión de un compañero. Aquellos animales eran en su gran mayoría, y con seguridad, propiedad de alguien.
La barricada cedió ante el avance de los animales, que apartaron el cerco improvisado con la misma facilidad que el jornalero a los matorrales. Los elefantes siguieron avanzando hasta el sur de la ciudad, nadie podía precisar a ciencia cierta hacia dónde se dirigían exactamente. La multitud comenzó a seguir a esta imparable manada de miles y miles de paquidermos, entre ellos había muchos propietarios que en vano intentaban persuadir a sus animales de que volviesen a su hogar.
Cuando llegaron a una enorme estructura de color gris amarillento los elefantes comenzaron a detenerse alrededor de la misma. Era la “Puerta de la India” el impresionante arco del triunfo hindú. Nadie pudo ver en aquella elección un hecho fortuito, sino una elección hecha a conciencia. Los increíbles manifestantes eran observados por cientos de miles de asombrados y expectantes hombres, mujeres y niños de todas las condiciones. También empezaron a llegar los medios de televisión e incluso de cine, ya que a pocos metros de allí casualmente estaban filmando una película.
De pronto una ruidosa ciudad vio sumido su bullicio al impresionante bramido de miles de elefantes que alzaron sus trompas al unísono. La urbe entera se silenció y dirigió sus miradas hacia el arco del triunfo. La gente estaba trepada a los techos de coches y buses, a las farolas y a los balcones de las casas que viendo colmada su capacidad corrían el riesgo de caerse. Todas las miradas confluyeron hacia un punto en el que los animales comenzaron a apartarse abriendo un camino. Un elefante enorme y viejo, que llevaba en su lomo a un hombre, comenzó a transitar por el improvisado pasaje. A su paso multitud de trompas lo rozaban cariñosamente y se podía ver que la mirada de aquél hombre brillaba con una mezcla de júbilo y triunfo. Los periodistas supieron que hacia allí debían dirigirse y se asombraron al ver que los animales se apartaban para que ellos se pudieran acercarse hasta la base del arco, en dónde se encontraba aquél misterioso hombre.
Cuando los medios y multitud de curiosos los rodearon, el enorme elefante se arrodilló para que el hombre pudiese bajar de su grupa.
Por unos segundos todo pareció detenerse en aquella ciudad y girar entorno a ellos. Las cámaras comenzaron a transmitir en directo para toda la India las imágenes que luego dieron la vuelta al mundo.
El hombre, con su rostro curtido por el sol y con una espesa barba entrecana de varios meses se acercó a las cámaras con andar sereno y seguro.
Tal era la situación que se vivía, tal el clima que se respiraba en ese día en el que la realidad se veía sublimada a lo surrealista, que tan sólo alguno que otro de los tantos periodistas que allí se hallaban atinó apenas a balbucear algunas palabras.
“El hombre elefante” como después lo apodaría la prensa local y luego la mundial, comenzó a hablar ante los micrófonos, pero era tal el bullicio que armaban los elefantes que prácticamente no se escuchaba nada. El viejo paquidermo que hizo de montura para el misterioso hombre dio unos pisotones en el suelo y a los pocos segundos la ciudad se vio sumida en el silencio y los elefantes se quedaron inmóviles, silentes, como expectantes.
-Ciudadanos de Bombay, ciudadanos del mundo- comenzó a hablar el misterioso hombre a la vez que alzaba sus brazos y miraba alrededor suyo- hoy habéis sido testigos de un hecho histórico no casual. La primera huelga de elefantes, que no será la última, ha conseguido que una ciudad infinita y poderosa como lo es Bombay, se paralice para contemplar, con millones de ojos estupefactos e incrédulos, el principio de una rebelión que antes se hubiera considerado imposible, la rebelión de los elefantes.
De la libertad de su hábitat natural a la esclavitud, al abuso y al maltrato en muchos de los casos. ¿Que sería de los zoológicos, de las bodas en la India, Pakistán o Tailandia, de los trabajos en los que se requiere esa inmensa fuerza que sólo puede ser generada por un gran corazón? ¡Dadles a los elefantes la posibilidad de elegir entre una libertad real o una dependencia fructífera tanto para ellos como para el hombre! Muchos de los elefantes que en este día memorable están reunidos aquí volverán con quienes se hacían llamar “sus amos”, porque no conocen otra forma de vida. Otros volverán a la selva, de dónde fueron arrancados de pequeños. Tanto unos como otros sólo quieren lo mismo que nosotros, vivir en paz y con dignidad- y con su voz ya embargada por la emoción agregó:
Vosotros, hombres, no olvidéis este día, porque ellos tampoco lo harán.

El misterioso hombre propinó unos pisotones al suelo y el elefante que lo había llevado a su grupa volvió a ofrecerle su trompa y con una delicadeza casi reverencial lo ayudó a sentarse sobre su lomo.
Los periodistas se arremolinaron entorno al único hombre que parecía saber el porqué de esa increíble huelga y lo atosigaron a preguntas. Más de uno preguntó: ¡Díganos, por favor! ¿Quién es usted?
El hombre los miró desde más de cuatro metros de altura y sonriendo les contestó: -Eso ya no tiene demasiada importancia, pueden llamarme “el hombre elefante”.
En ese momento, al unísono, miles de elefantes alzaron sus trompas y emitieron lo que muchos entendieron como un canto triunfal.
Dicen que ese mismo día, los elefantes de distintas partes del mundo, con alguna diferencia horaria, se unieron a ese canto universal de libertad. Nadie supo explicar como fue que sucedió, sólo que simplemente pasó.
De la misma manera en que llegaron, los elefantes comenzaron a dispersarse, algunos volvieron con sus cuidadores (o amos) otros nunca lo hicieron y sus pisadas volvieron a retumbar en la selva.
A partir de ese día muchos comenzaron a mirar de otra manera a los elefantes y aunque fueron aún más quienes ignoraron lo pasado y poco cambió, más de uno corrigió su actitud hacia los paquidermos y comenzó a darles un trato más “humano”.
Muchos circos tuvieron que empezar a prescindir de los elefantes ya que la mayoría de estos comenzaron a negarse a trabajar y las leyes de protección se recrudecieron, y distintos organismos creados en varios países para ese fin visitaron zoos, circos e instalaciones para verificar el cuidado que se les brindaba a estos animales.
Hubo más sucesos similares al de Bombay en otros rincones del mundo y en casi todos ellos aparecía el misterioso “hombre elefante” sobre el cual todos se preguntaban cual sería su verdadera identidad.
Sólo una persona sabía de quien se trataba, cuando se enteró del primer suceso comenzó a seguir los casos con suma atención en todos los medios en los que se mencionara y reprodujo hasta el cansancio las imágenes que aparecían en “you tube”. No cabía ninguna duda de que el “hombre elefante” era Joan.

El tiempo pasaba y los sucesos relacionados con los elefantes ya eran algo a lo que la gente se estaba acostumbrando. Algunos veían en Joan a un auténtico defensor de los elefantes, otros creían que era un ser de otro mundo y lo proclamaban como el primero de una misteriosa raza de telépatas que se podía comunicar con los elefantes. Detrás vendrían otros (eso decían que sucedería) que se podrían entender con los delfines y con los ornitorrincos. Un día Joan apareció nuevamente en los noticieros luego de más de un mes sin ser noticia. Dijo que tenía algo importante que advertirle a la humanidad. Anunció que faltaban escasos días (no podía precisar cuando) para que una catástrofe natural de consecuencias devastadoras afectara a varias zonas del planeta.
Terremotos de magnitudes impensables sacudirían la tierra y maremotos como nunca se habían visto barrerían con todo lo que se encontrasen a su paso. Los organismos oficiales de todo el mundo minimizaron las predicciones de un hombre al que consideraban un loco y al que no había que hacer demasiado caso, o un reaccionario, un terrorista…los comentarios eran bien diversos y había medios como periódicos o canales de televisión de varios lugares del mundo que apoyaban al “hombre elefante” no sólo en su cruzada libertadora sino también en sus predicciones acerca de un inminente desastre.


Hacía un tiempo que Ana había rehecho su vida sentimental con un hombre serio y de ideas firmes. Muy raramente recordaba a Joan, en realidad sólo cuando aparecía alguna nota en los periódicos o un reportaje referido a los extraños acontecimientos en los que siempre se veía envuelto.
La carta, que llegó el mismo día en que un fuerte temporal azotaba la costa le asombró más que nada porque su nombre figuraba cerca de unos sellos que indicaban que la misiva provenía de Tailandia. El texto era más que breve pero contundente: “En los tres próximos días no te muevas de Garraf, no te vayas de casa por ningún motivo. Te quiere, Joan”
Sacudió su cabeza, y en un acto casi reflejo hizo un bollo con la carta que tenía en la mano y la arrojó en el cesto de basura.
Pasaron dos días sin ninguna novedad, al tercero, Ana abrió la ventana de su casa por la mañana para desayunar en la terraza. Era un día espléndido. Ni rastro de la tormenta ¿Que podía pasar? Evidentemente toda esa palabrería de su marido no era más que una nueva locura a la que había que ignorar, al igual que las otras. El mar estaba calmo, ni la más mínima ola alteraba esa superficie de espejo. Luego de desayunar invirtió varios minutos en ponerse bella y bajó a coger el coche. Mientras conducía pensó en las tonterías de su ex marido: ¡No salir de casa en tres días! Los tres días habían pasado y nada atípico había ocurrido, salvo…mierda, se había olvidado una documentación importante que debía llevar a Barcelona. Tenía que emprender la vuelta. Después de todo no estaba tan lejos. Cuando dio la vuelta en la rotonda de Rat Penat vio como una familia de jabalíes atravesaba la carrera por delante de su coche en dirección a la montaña. Un nutrido grupo de gaviotas y cormoranes también pasaron volando muy cerca de su coche hacia la misma dirección. Empezó a cambiar los canales de radio pero ese día la cobertura era fatal, peor que de costumbre. Nada por lo que asombrarse en las curvas del Garraf.
Subió rápido a su casa y se puso a buscar los documentos. No podía recordar exactamente en dónde los había dejado. Los buscó en su cuarto, en el archivador y nada. Mientras revolvía en cajones y revisteros un temblor muy fuerte y más largo que de costumbre sacudió la casa. Realmente estos de las canteras ya se estaban pasando, algún día medio pueblo se desmoronaría. Pensó que quizás los documentos los había guardado su pareja en algún lado, o hasta los podía haber cogido por error, así que decidió llamarlo por teléfono. La cobertura era nula, por lo que salió a la terraza para ver si ésta mejoraba pero vio que su móvil seguía igual. Otro temblor, algo más largo y más intenso que el anterior volvió a hacer vibrar los cimientos de su casa. Mientras apagaba y encendía el móvil algo en el horizonte llamó su atención. El mar seguía calmo, pero todo a su alrededor parecía revolucionarse. Bandadas de gaviotas y cormoranes venían volando de la costa. Dos gaviotas grandes se posaron en la barandilla de su balcón, graznando alteradas. Pudo también observar como varios barcos llegaban al puerto de Garraf y al Port Ginesta a toda máquina.
Desde la terraza de su casa siempre tuvo una vista privilegiada y lo que en ese momento pudo apreciar quedaría grabado en su memoria para siempre. Una masa de agua de proporciones descomunales se desplazaba hacia el Port Ginesta y hasta dónde sus ojos podían ver con una velocidad increíble y como una imparable pared que arrasaba todo a su paso. Pudo ver como los barcos que no habían llegado aún a puerto eran alzados como si fuesen de papel y arrastrados por encima de la escollera para terminar destrozados contra otros barcos. Por unos eternos segundos vio como el puerto desaparecía debajo de las aguas. No pudo permanecer indiferente tampoco al otro temblor que volvió a estremecer el pueblo, pero sus ojos permanecían fijos en la dantesca escena que no muy lejos de allí se estaba representando. Trozos de barco fueron arrastrados hasta la playa de Garraf que por alguna razón no recibió esa devastadora carga, de la que poco después se enteraría Ana que había arrasado con gran parte de la franja marítima desde Castelldefels hasta Barcelona y más allá.
En ese momento sólo otra imagen ocupaba la mente de Ana y eran esas letras bailoteando en esa inesperada carta “No salgas de casa”.


Aquella zona de Tailandia se caracterizaba por ser la más alta de la región y precisamente por esa razón se habían dirigido allí. No hubo grandes terremotos que sacudieran ese rincón del planeta, sólo algún leve temblor. Pero el maremoto allí sí fue de proporciones dantescas. Hacía más de un día que se habían desplazado a esa zona montañosa para aguardar el momento. Cientos de familias que creían en él y manadas enteras de elefantes no sólo en Tailandia sino en otros rincones de Asia y Africa, habían migrado hacia sitios más seguros. Los hombres por primera vez se dejaron guiar por los elefantes como única posibilidad de salvación, al menos los que creyeron en las predicciones de Joan.
Cuando llegó la ola nadie se asombró, pero todos se estremecieron, incluso Joan que desde una posición segura observaba como la naturaleza furiosa barría con las frágiles creaciones del ser humano. El poblado al pie de la montaña era arrancado de cuajo por la masa de agua con la misma facilidad con que se arranca una raíz seca. Con lágrimas en los ojos, cientos de familias observaban impotentes como sus hogares se deshacían como si fuesen de débil cartón. Pero estaban vivos, gracias a los elefantes y a aquél hombre a quien en un principio creyeron tan sólo un demente.
Joan observaba en silencio el voraz avance de las aguas y no pudo evitar el cerrar los ojos por un momento y estremecerse ante ese rugido triunfal que sólo el vencedor de una batalla podía proferir. Y pudo de alguna manera sentir que a miles de kilómetros de tierra temblorosa y de furioso mar, en otras lejanas y más conocidas costas, un pequeño pueblo se había salvado de la catástrofe. Como podía saberlo, eso ya no importaba.
Quizás era ese extraño sentido que inexplicablemente había desarrollado y que tanto lo acercaba a sus enormes amigos grises.
O tan sólo era una simple corazonada la que le dijo que a miles y miles de kilómetros de distancia, por uno de esos caprichos de la naturaleza, su pequeño y tranquilo pueblo de Garraf, se había salvado.