sábado, 16 de febrero de 2008

Solo

Cuando la ví en aquella fiesta, nada más existió a mi alrededor. Sentía que mis ocasionales competidores zumbaban como moscas en mis oídos y las demás personas sólo eran parte de un decorado.

Y terminamos en aquel balcón, debajo de la lluvia, sin notar que nos mojábamos.
Y allí nos besamos.
Unos labios que no olvidaré susurraron un "quiero dormir contigo" y nuestras manos se enlazaron para huir de allí.

Pasos y besos debajo de la fría lluvia, que se evaporaba antes de tocar nuestros cuerpos. Era casi imposible avanzar en ese entrelazarse y unirse de manos ansiosas y ávidos labios.

Después de un eterno viaje llegamos a casa, nuestros cuerpos eran dos volcanes que erupcionaban deseo.

Y lo inevitable sucedió.

Los días pasaron y nuestros cuerpos siguieron buscándose. Sus labios pronunciaban palabras hermosas y mis ojos reflejaban sueños y deseos hace tiempo sepultados en el desierto de mi corazón.

Pero un día, aquel temido gusanillo de la duda, o quizás aquella invisible y gélida agua que apaga los deseos más irreprimibles, cayó sobre ella.

Y nunca más, ni sus besos, ni su mirada dulce de enamorada que no entiende los dictámenes de su corazón, ni sus labios insaciables, ni el dulce perfume de su piel...

Sólo un adiós, que se me antojó incomprensible como todo aquello a lo que no nos resignamos a aceptar.
Y aquel sabor amargo,
De lo que creemos haber perdido para siempre.

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