sábado, 16 de febrero de 2008

La Leyenda del Ogur (cuento)


Desparramados alrededor de su camita se hallaban algunos de sus juguetes preferidos. Soldados futuristas con fusiles protónicos se enfrentaban a tiranosaurios de articuladas fauces, caótica imagen junto a la autopista del scalecxtric.

Pero allá en lo alto, como dominando la escena desde un puesto por demás privilegiado, una informe criatura de plastilina se hallaba en la atalaya conformada por la mesita de luz de Carlitos.
El padre se acercó, besó la frente del niño, lo tapó y apagó la luz. Antes de cerrar la puerta de la habitación se detuvo a contemplar por unos segundos a la criatura de plastilina.
La débil luz que provenía del pasillo proyectaba una sombra que imbuía a la criatura de características ciclópeas.
Curiosamente, la impresión que causaba era más bien de protección, como si velara por el sueño del niño.

La puerta de la habitación se cerró suavemente. El cuarto quedó sumido en las sombras.

La mañana comenzó con aroma a chocolate y la promesa de un delicioso bizcocho que parecía estar gestándose en el horno.
La lejana voz de su madre llamándolo desde la cocina no hubiera sido suficiente para decidirlo a levantarse sin el incentivo de esas delicias.
Se sentó en la silla y puso al lado del tazón de chocolate a su informe amigo, afirmando sus maleables patas al vinilo del mantel.

-Que es eso que has hecho? -preguntó Cristina, su madre

-Es Ogur

-Como has dicho? Ogur? Porque le has puesto ese nombre tan raro, es vasco? Jeje..

-A mi me suena a otra cosa- dijo Ramón, el padre, mientras cogía un yogur de la nevera.

-Yo no le puse ese nombre- terció Carlitos algo ofuscado, mientras hundía su morro en el chocolate.


-Bueno hijo, coge la mochila que la escuela te espera! –dijo Ramón mientras cogía las llaves del coche. -Por cierto, este fin de semana te quedarás con tu abuela Lola ya que nos vamos a navegar con unos amigos, te portarás bien?

-Me hará bizcocho?

-Se puede esperar menos de la abuela?

-Bieeeennn!!!!!!! –exclamó Carlitos mientras pillaba su mochila.



La abuela entró en la casa con su amplia sonrisa y su bolso sospechosamente cargado. Carlitos corrió a abrazarla para a los pocos segundos desviar su atención hacia el abultado bolso.

-Chuches!!

-Si, pero son para después de comer!. Y mira a ver si encuentras algo más en ese bolso, parece que hay algo grande, (dijo su abuela a la vez que le guiñaba un ojo)

El niño abrió el bolso, del cual afloró una generosa bolsa que contenía dulces variados en color y sabores. Pero lo bueno estaba debajo de esas delicias. Sus ojos se abrieron como platos, a la vez que una entrecortada expresión denotaba su asombro. La bolsa cayó al suelo como la cáscara de un plátano, quedando en sus manos la reluciente caja. “Maximised Robotron” rezaban unas letras fulgurantes, pero más aún brillaban los ojos del asombrado Carlitos.

-Es…es el Robotrón!!! Gracias, abuelita! nunca pensé que lo tendría!

-Ostras!! A ver hijo que cosa más increíble ha traído la abuelita?
--el padre comenzó a leer la caja—Robotrón camina, salta, nada, trepa, baila salsa, canta canciones en japonés, reconoce tu voz, coge cosas…increíble, no sabía que existían tales cosas fuera de las pelis de ciencia ficción!

-Pero no hace los deberes- agregó la madre frunciendo el ceño. Pero bueno, ahora puedes abrir la caja si quieres, veamos lo que puede hacer este muchacho!.

En pocos minutos, Carlitos, por medio de un mando, dominaba a Robotrón casi a la perfección, y en un alarde de destreza hasta logró que trepase a la silla para coger un Donut de la mesa para traérselo al mismo Carlitos.

-Vaya, parece que os entendéis muy bien! -Dijo la madre.

-Es lo que yo llamo una sociedad perfecta--agregó Ramón- Bueno, debemos irnos, que nos esperan en el puerto…pórtate bien con la abuelita, eh?.

Besos y abrazos de despedida y una puerta que se cierra para dejar solos a Carlitos y a su abuela.

-Bueno, mientras juegas con tu nuevo amigo yo empezaré a preparar el almuerzo. Que te parecen unas milanesas con puré?

-Que rico, abuelita! -exclamó el niño mientras manipulaba el mando en busca de nuevas funciones del habilidoso robot.
Mira, puede correr también!!!

Robotrón daba grandes zancadas, cruzando el comedor en dirección al jardín, hasta que tropezó con algo que lo hizo dar una voltereta en el aire, para terminar pataleando en el suelo.

-Se ha caído! –exclamó Carlitos.

-Claro, no deberías dejar esta bola de plastilina aquí en el suelo ya que alguien podría caerse- lo reprendió su abuela al tiempo que se agachaba a coger la informe figura que estaba parada sobre el cerámico.

-No abuela, no es una bola de plastilina.- terció muy serio Carlitos- Y no la dejé allí…

-Y que es? Dijo la abuela a la vez que estudiaba la figurilla.

-Es el Ogur.

-Vaya nombre, y porque no le has hecho ojos, boca, nariz…

-No se, él es así, no tiene nada de eso.-Dijo Carlitos levantando sus hombros-

-Ahhh vale…pero como va a comer u oler estas ricas milanesas que están saliendo del horno?. La ígnea prisión liberaba unas tentadoras milanesas de incomparable manufactura, a las que el niño no perdía de vista en su trayectoria.

Después de comer y a la sombra del viejo olivo del jardín, Carlitos se dedicó, a regañadientes, a hacer su tarea y su abuela a leer una revista de actualidad.

El día transcurrió como tantos otros de cualquier familia en un fin de semana. La noche llegó con los cantos de los grillos y una fresca brisa marítima.

Los cuentos para dormir de la abuela eran infaltables en sus visitas. Su padre contaba historias plagadas de aventuras, pero el niño no se dormía nunca sin que ella le contase alguno.

El cuento no había terminado y el niño ya estaba dormido. “Mi niño está cansado, estuvo todo el día jugando con su nuevo juguete" -se dijo la abuela. Y se dispuso a arroparlo para ir ella a ver un rato la tele antes de dormir.

Cuando estaba por cerrar la puerta del cuarto de Carlitos, miró por última vez al niño. “es idéntico a su padre”, se dijo, y fue allí que reparó en que la tenue luz que entraba en la habitación e iluminaba débilmente su carita proyectaba una enorme sombra sobre la figura de plastilina, que se hallaba erguida en la mesita de luz. La sombra parecía estar abrazando al niño, como protegiéndolo. La imagen proyectada resultaba demasiado grande en relación a la figura, se dijo, pero serían fantasías suyas.

Y fue allí que recordó.





El fin de semana con la abuela ya finalizaba, los padres de Carlitos llegaron justo para la merienda y todos se sentaron a la mesa alrededor de los últimos vestigios de bizcocho.
-Que tal lo pasaron? – dijo la abuela-

-Estuvo entretenido, al menos creo que nos relajamos bastante verdad? Dijo el padre mirando a esposa.

-Si, aunque vosotros los hombres…no se como podéis hablar todo el tiempo de economía…finanzas…que aburridos sois!

-Es de lo que hablamos los hombres de negocios, amor…además…(una risilla le sobrevino intempestivamente) no sólo hablamos de eso, a mi amigo se le da ahora por creer en la existencia de monstruos marinos.

Los ojos de Carlitos se abrieron desmesuradamente- Monstruos marinos!! – exclamó.

-Antes creías en ellos- dijo su madre.

-Si, y en el hombre lobo, la momia y en otros personajes que vienen en fechas especiales y ...ay! (Cristina le dio un patadón por debajo de la mesa que logró callarlo)

-Sin embargo…(terció la abuela) veo que no has olvidado del todo a tus amigos de la infancia, que ahora vienen a visitarlo a Carlitos, (agregó señalándolo al ser de plastilina que se erguía junto a la taza de chocolate del niño).

-Pues…no se lo he hecho yo, no recordaba que jugase con muñecos de plastilina.

-Si lo hacías, además lo llamabas de la misma manera…Mogur…Togur…

-Ogur (corrigió Carlitos)

-Eso! (dijo la abuela) como es que no lo recuerdas?

-Eh…mamá…era muy pequeño y la verdad ya no tengo espacio para esos recuerdos en mi cabeza, otros asuntos algo más importantes requieren la actividad de mis neuronas. Es lo que pasa cuando crecemos (agregó Ramón irónicamente)

-Pues que pena que perdáis el niño para siempre, lo necesitamos, sabes? El stress, y tu sabes bien que es eso porque te acompaña todos los días de la semana, no puede enfrentarse a un corazón joven que aún puede sentir un poco de fantasía. No se trata de que seas infantil, o de que no madures nunca, sino de que jamás pierdas ese atadito de sueños e ilusiones que siempre cargaste de niño, y que tan feliz te hacían.

Ramón abrió la boca pero se quedó callado, pensativo. Su madre, sonriendo, sólo se limitó a hundir un trozo de biscocho en el café con leche y agregó:

-Esta vieja aún dice cosas coherentes.

-Para mi no eres vieja, abuelita! dijo Carlitos.

-Si que te has ganado ese Robot, eh? …todos rieron

Después de merendar llegó el momento de despedirse de la abuela. Besos y abrazos en el porche de la casa y la promesa de una pronta visita sellaron la partida.

-Ramón abrazó a su madre con fuerza, la miró a los ojos como hacía mucho tiempo que no lo hacía y dejó escapar dos palabras: “Gracias mamá”

-No tienes que agradecérmelo, ya sabes que disfruto de la compañía de mi nietito…

-Lo sé…pero no sólo lo decía por eso.



La noche cayó sobre el pueblo costero como tantas otras
de primavera. Suavemente rojos y azules se entremezclaron hasta que los primeros desaparecieron. Un enorme disco plateado y redondo iluminó con su tenue luz la montaña.
Carlitos dormía plácidamente envuelto en plácidos sueños, el matrimonio estaba leyendo en la cama.

-Mi amor…estuve pensando en lo que dijo hoy mi madre –dijo Ramón-

-Acerca de eso de que no hay que perder las fantasías?

-Si…como puede ser que olvidemos todo aquello que de pequeños era tan importante para nosotros? En verdad no recordaba nada de cuando jugaba con ese muñeco de plastilina, al igual que lo hace Carlitos hoy día. Sabes que, aunque parezca un poco tonto se me ha ocurrido buscar en esta enciclopedia (sopesó el grueso volumen que tenía entre sus manos) la palabra Ogur y para mi sorpresa mira lo que he encontrado:

“Ogur: (Oguranni-acadio //Ogurion-griego//Ogursk-Danés)
Criatura imaginaria, de aspecto humanoide y enormes proporciones, sin ojos, boca, nariz, dedos o pies. Sus orígenes conocidos se remontan al imaginario infantil acadio (2200-2000 a.c.) por lo que se deduce de unas tablillas halladas en la biblioteca de Assurbanipal en Nínive (800 a.c.) y que son copias de una leyenda cuyos orígenes se pierde en las brumas del tiempo. Este mito, como otros, se ha ido transmitiendo por el mundo antiguo y adaptando a las distintas culturas, aunque todas lo presenten como propio. Aunque algunos investigadores como el psicólogo Karl Gustav Trunk , incansable estudioso de mitos y creencias y de su influencia en las diferentes culturas opina que “Los niños necesitan de alguien o “algo” que comprenda su mundo, se integre en él y por sobre todo los proteja y los entienda. Por eso, niños de diferentes y distantes culturas han coincidido en imaginar una criatura simple, sin rasgos definidos, que se aleje de lo humano pero no lo suficiente como para…deshumanizarse. Diferencias notables en el tiempo y el espacio hacen casi impensable que esta pueda ser una creencia común transmitida de pueblo en pueblo, pero todas las dudas comienzan a diluirse ante la maravillosa manifestación del potencial de nuestro inconsciente colectivo que representa, en este caso, la sola mención de un nombre: Ogur.”

Ramón cerró el libro y se quedó en silencio, pensativo.

-Que increíble, no cariño? –dijo Cristina- tú realmente crees que puede ser posible? Digo…no se…que tantos niños de distintas épocas y lugares diferentes coincidan en algo tan particular? Eso del inconsciente colectivo no me termina de cerrar, pero que exista un bicho así…eso, bueno…prefiero creer lo primero…

-De una manera, o de otra, no deja de ser increíble…lo que decía hoy mi madre…yo también creía en la existencia de ese ser…como puede uno olvidar esas cosas?

Un viento repentino abrió las ventanas de par en par, sacudiendo las sábanas

-Que frío! No has cerrado bien esa ventana…cierra, cierra!

-Ya voy amor, que no es para tanto…dijo Ramón levantándose.

Cuando llegó a la ventana, la luna, enorme y plateada, jugaba desde lo alto con las luces y las sombras que creaba entre los árboles y la montaña. Cuanto hacía que no reparaba en algo tan simple, tan hermoso?
Cerró los ojos por un instante de esos que no se pueden medir y sintió el aroma de los pinos, la fresca brisa del mar…pero ya no venían de fuera, sino de su interior.
Abrió sus ojos y lo vió, enorme e informe, una silenciosa sombra que en la distancia se movía lentamente entre los árboles y de pronto se detuvo. Se giró lentamente, al ritmo de los pinos mecidos por el viento y le miró desde su cabeza sin ojos.
Y le sonrió, desde su rostro sin boca.

Ramón también sonrió, y una lágrima huidiza rodó por su mejilla.

-Por dios, por que no cierras? Hace frío, Ramón! Que miras?

-Nada…simplemente…algo que siempre estuvo allí y…yo no podía ver.

Cerró lentamente la ventana, apagó la luz y se metió en la cama.
Abrazó a su esposa y sintió el reconfortante calor de su cuerpo.
Sus ojos comenzaron a cerrarse y otra calidez comenzó a envolverle.

La de los más dulces recuerdos de su niñez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que lindo cuento primo de mi alma, de repente cerre los ojos y recorde tantas cosas compartidas contigo en aquellas casitas...nuestras casitas...
te amo...